Es necesaria para promover
la unidad de la iglesia.
Como bien señala Douglas
MacMillan: “La unidad no comienza a nivel de estructura y de organización. Esta
comienza más bien, con un compromiso de corazón a la verdad revelada por
Cristo”. ¿Cuándo podemos decir que una iglesia está unificada? Cuando todos los
miembros que la componen tienen un compromiso de corazón con la verdad revelada
por Cristo. Es la verdad la que nos une. “¿Andarán dos juntos si no están de
acuerdo?”, pregunta el profeta Amós (3:3); la respuesta obvia es: ¡Por supuesto
que no!
No podemos tener unidad con
personas que niegan la inspiración de la Escritura, o la divinidad de Cristo, o
la salvación únicamente por gracia por medio de la fe. La verdad es esencial
para que haya unidad. Por tanto, es necesario para promover la unidad que podamos
declarar en una forma precisa y ordenada, qué nosotros creemos que la Biblia
enseña acerca de los temas más importantes. Decir “yo creo en la Biblia” no es
suficiente.
Un escritor afirmó en una
ocasión lo siguiente: “Para arribar a la verdad debemos deshacernos de los
prejuicios religiosos. Debemos dejar que sea Dios quien hable. Nuestra
apelación es a la Biblia para obtener la verdad”. Esa frase suena bien, y no
tiene nada de malo en sí misma; sin embargo, esta declaración aparece en el
libro “Sea Dios Veraz” de los Testigos de Jehová. Cuando preguntamos a un
miembro de esta secta herética: ¿Qué tú crees acerca de Jesucristo, o del
infierno, o de la salvación? Entonces veremos que él no cree lo que nosotros
creemos.
Cuando en el siglo IV surgió
la enseñanza de Arrio negando la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, fue
necesario que la iglesia redactara un documento sobre su posición al respecto.
Y así surgió el famoso credo Niceno. En ese sentido las herejías que surgieron
al principio de la historia de la iglesia obraron para bien, porque obligaron a
la iglesia a definir lo que ellos creían.
Supongamos que un individuo
ha comprado una casa en un sitio muy seguro, tan seguro que él ha decidido no
ponerle verjas alrededor de su terreno. Pero un día alguien compra el terreno
colindante, y ahora dice que hay un metro de su terreno que en realidad no le
pertenece. ¿Qué debe hacer el individuo de nuestra historia? Ir a Catastro,
buscar su título de propiedad y establecer claramente los límites de su
terreno.
Algo similar ocurrió con la
iglesia primitiva. Ellos creían en la inspiración de las Escrituras, y que
Cristo era Dios hecho hombre. Pero se vieron obligados a definir con precisión
estas doctrinas cuando se sintieron amenazados por las herejías.
Una iglesia puede tener una
estructura externa unificada, pero si los miembros que están en ella mantienen
opiniones distintas respecto a los asuntos esenciales de la fe cristiana, tal
iglesia en realidad está dividida.
Es necesaria para la
proclamación y defensa de la Verdad.
La Escritura nos dice que la
iglesia tiene la responsabilidad de proclamar y defender la verdad (1Tim. 3:14-15).
Y para ello es necesario que defina con precisión lo que cree acerca de las
doctrinas más importantes. Por eso Pablo encomendó a Timoteo: “Retén la forma
de las sanas palabras que de mí oíste” (2Tim. 1:13;
comp. Judas 3; Fil. 1:27). La
confesión de fe es una declaración pública acerca de nuestra fe. De ese modo
los demás pueden saber dónde estamos, y nosotros podemos saber dónde están
ellos.
Es necesaria para el
mantenimiento del orden en la iglesia.
¿Cómo podremos mantener el
orden dentro de la iglesia si no podemos definir lo que creemos? Una persona
puede venir a nosotros, y afirmar que desea ser miembro de nuestra iglesia.
Pero, ¿cómo podemos juzgar si la fe de esa persona es de acuerdo a la nuestra
si no poseemos ninguna declaración escrita de nuestras doctrinas? O ¿cómo
podría esa persona juzgar si nuestra iglesia es doctrinalmente apropiada para
ella si no podemos declarar en una forma precisa y ordenada qué es lo que
nosotros creemos?
Hablar acerca del amor y la
unidad suena políticamente correcto, pero ¿cómo podríamos trabajar juntamente
con personas que niegan la soberanía de Dios en la salvación? ¿O con pelagianos,
que niegan la total depravación del hombre? ¿O con unitarios, que niegan la
trinidad? ¿Cómo puede una iglesia caminar hacia una misma meta, o tener una
misma mente y un mismo corazón cuando los miembros están divididos en cuanto a
aspectos tan esenciales de la fe? (comp. 1Cor. 1:10).
Como alguien dijo una vez:
“Una iglesia que carezca de una confesión de fe padece de una especie de SIDA
teológico”. No podrá luchar eficazmente contra todos los errores que nos
circundan.
Escribiendo a los Romanos,
Pablo les advierte, en Rom. 16:17:
“Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos
en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de
ellos”. Pero ¿cómo podremos cumplir ese mandato si no tenemos una idea clara y
precisa de lo que creemos?
Es necesaria para evaluar a
los ministros de la Palabra.
La Escritura nos dice que
los ministros de la Palabra deben ser fieles a la enseñanza apostólica (comp.2Tim. 2:2; 3:10; Tito 1:9). También
se nos manda evaluar la sanidad de los maestros que vienen a nosotros (1Jn. 4). Es una
irresponsabilidad que un pastor permita que un hombre enseñe a su congregación
si no está seguro de lo que ese hombre va a predicar en la iglesia.
Pero si nosotros no sabemos
lo que creemos, ¿cómo podremos evaluar al que nos va a traer la Palabra? ¿Cómo
podemos estar seguros que ese hombre no va a decir algo en el púlpito que
afecte la vida y el alma de nuestros hermanos? El Señor alabó a la iglesia de
Éfeso por el cuidado que tenían en ese sentido (Ap. 2:2). Esta
iglesia no dejaba que cualquier persona enseñara. Y nuestro Señor vio ese
cuidado con buenos ojos.
Es necesaria para darnos un
sentido de continuidad histórica.
¿Cómo podremos saber si
nosotros no somos una especie de anomalía histórica? En el caso particular de
nuestra iglesia, nuestra confesión de fe fue escrita hace más de 300 años (La
Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689), y ésta a su vez se adhiere al
testimonio general que la iglesia de Cristo ha mantenido durante todos los
siglos que nos han precedido como una sana expresión de la fe.
La Iglesia de Cristo tiene
20 siglos de historia y nosotros no podemos desligarnos de ese pasado. Hay dos
características primordiales que distinguen a una secta: hacen hincapié en
algunos puntos distintivos por encima de todo el consejo de Dios; y en segundo
lugar, claman ser los descubridores de una verdad que la Iglesia nunca había
visto en el pasado. Por eso son alérgicas al estudio de la historia de la
Iglesia y a las Confesiones de Fe históricas. Debemos sospechar de todo
ministerio que clame haber descubierto algo que nadie vio en 20 siglos de
cristianismo.
No es que una doctrina sea
verdadera por ser antigua. No. Una doctrina es verdadera sólo si es la
enseñanza de la infalible Palabra de Dios. Pero debemos recordar que el
Espíritu Santo no comenzó a guiar a los cristianos en el siglo XX. Tenemos un
largo pasado que debemos conocer.
Eso de ningún modo elimina
la necesidad de nuestro propio quehacer teológico, porque es indudable que la
Iglesia de cada generación tiene que enfrentar sus propias luchas y retos. Pero
al hacerlo, debemos cuidarnos de no echar por la borda la labor de 20 siglos de
historia.
* Debo reconocer por
justicia que al escribir este artículo estoy en deuda con Bob Martin y su
introducción al comentario de la Confesión de Fe Bautista de Londres de 1689,
escrito por Sam Waldrom.
Por Sugel Michelén
Fuente: Coalición por el Evangelio
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